Patricia me dice que vea a Mathias dormir y exclama: -No hay duda de que es tu hijo-. Y sip, duerme de espaldas a pesar que lo acostamos de costado, suspira de rato en rato, coloca su mano derecha como para protegerse de algo que lo atacará de improviso y tiene, de vez en cuando, una pesadillas que lo hacen despertar de improviso para luego dormir de un solo tirón algunas horas más…

Su cuna es de maderita regalada, con colchitas igual de donadas. Sus almohaditas invitan al sueño al derecho y al revés, dependiendo del lado en que se lo cargue para que vote el chanchito. Tiene plastiquito el colchón, previniendo que los pañales esos que me sacan medio sueldo, fallen y se produzca el Niágara casero. Los ositos que danzan a su alrededor me asustan por lo tiernos…

¿Qué soñará Mathias?, pues con biberones inmensos, con apapachos de Mamá sin descanso, con salidas calientes al sol del mediodía que lo laxen, con esos dibujitos de las herramientas que hablan. De repente sueña con su Papá… ¡Bah!, hay mejores cosas en que soñar para un bebe como él.

Mientras, mejor duermo a su lado, no vaya ser que se le ocurra a mi esposa aprovechar que él está con Morfeo para hacerme hacer cosas y cosas que debo, pero que me dan un aburri que te aburri… y sip, mejor sonñolienteo con Mathias a la par, pues los dos, lo heredado, no lo hemos hurtado.